EL VERDADERO SER VIENE DE LA ESENCIA
Por: Jeanne de salzmann
El verdadero ser viene de la esencia.
Su desarrollo depende del anhelo de la
esencia.
Es un querer ser.
Y después un querer
ser capaz de ser.
La esencia está formada por las impresiones asimiladas en
la infancia hasta los cinco o seis años, cuando se produce una ruptura entre la esencia
y la personalidad.
Para continuar su desarrollo, la esencia debe
volverse activa a pesar de los obstáculos provenientes de la presión
ejercida sobre ella por la personalidad.
Necesitamos el recuerdo de sí para que la esencia
pueda recibir las impresiones.
Solo en un estado consciente se puede apreciar la diferencia
entre la esencia y la personalidad.
Por lo común las impresiones son recibidas de forma
mecánica.
La personalidad reacciona con pensamientos y emociones que
dependen de su condicionamiento.
Esas reacciones son automáticas y las impresiones no son
transformadas porque una personalidad como esa está muerta.
Para ser transformadas, las impresiones deben ser
recibidas por la esencia.
Eso requiere un esfuerzo consciente en el momento de su recepción.
Eso requiere un sentimiento definido, un sentimiento de amor por el
ser, por estar presente. Es el Hidrógeno 12, que de otra forma no está
presente en nosotros, en el lugar donde entran las impresiones.
Hay que responder a las impresiones, no desde el punto de
vista
de la personalidad, sino desde el punto de vista del amor por estar presente.
Eso transformará nuestra forma de pensar y de sentir.
La primera necesidad es tener una impresión de mí mismo.
Comienza por un choque cuando surge la pregunta sobre mí
mismo.
Por un instante hay una pausa que permite que mi atención
cambie de dirección.
Regresa hacia mí y entonces la pregunta me toca.
Esa energía trae una vibración como si en mí
resonara una nota, un sonido que hasta ahora no vibraba.
Es muy tenue, muy fino, pero, sin embargo, se comunica
conmigo.
Lo siento.
Es una impresión que recibo.
Todas nuestras posibilidades están allí.
Si voy a abrirme a la experiencia de Presencia, eso
depende de la manera en la cual recibo la impresión.
Uno no comprende suficientemente el momento de ese
choque, de la recepción de la impresión y por qué es tan
importante.
Uno no ve la necesidad de verse en la vida, porque el choque de
la impresión nos arrastra.
Si no hay nadie en el momento en que la impresión es recibida,
reacciono automática, ciega, pasivamente, y me pierdo.
Me niego totalmente a aceptar la impresión que tengo de mí
mismo, tal como estoy en ese momento.
Al pensar, al reaccionar, al interponerme a la recepción
de esa impresión, me cierro.
Me imagino lo que soy.
No conozco la realidad.
Soy prisionero de esa imaginación, de la mentira de ese
falso “yo”.
Habitualmente busco despertarme por la fuerza, pero no lo
logro.
Puedo y debo aprender a despertarme, a abrirme conscientemente
a la impresión de mí mismo y a ver lo que soy en el momento mismo.
Será un choque para despertarse, un choque traído por la impresión
que recibo.
Eso me pide una libertad de estar en movimiento y de no
interrumpirlo.
Para tener el deseo de estar presente, debo darme cuenta
de que no estoy allí, de que estoy dormido.
Debo comprender que estoy encerrado en un
círculo de pequeños intereses, de avidez, en el cual mi yo esta perdido.
Y seguirá perdido si no puedo relacionarme con algo superior.
La primera condición es conocer en mí una calidad
diferente, por encima de lo que soy ordinariamente.
Entonces mi vida podrá cobrar un sentido nuevo.
Sin esa condición no puede haber trabajo.
Debo recordar la existencia de otra vida y al mismo tiempo
conocer la vida que llevo.
Eso es despertar.
Despierto a estas dos realidades.
Debo comprender que por mí mismo, sin una relación con
algo más alto, no soy nada, no puedo nada.
Por mí mismo sólo puedo estar perdido en ese círculo de
intereses; no tengo ninguna cualidad que me permita escapar de él.
Para eso tendría que sentir mi absoluta nulidad o
nadidad y empezar a sentir la necesidad de ayuda.
Debo experimentar la necesidad de relacionarme con
algo superior, de abrirme a otra calidad.
jeanne
de salzmann
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