CONCIENCIA Y AMOR
Por: Maurice Nicoll
En el último comentario
hemos dicho que el afecto recíproco era necesario para la conjunción con el
trabajo.
Si una persona no tiene
afecto al trabajo no se puede producir la conjunción con el.
Si no hay conjunción no
hay tampoco comprensión del trabajo.
En suma, el afecto al
trabajo abre el camino a su eventual comprensión.
La indiferencia o la
antipatía cierran el camino a la comprensión.
Si un hombre valora más
otras cosas que el valor que presta al trabajo en su yo más interior —dejando a
un lado lo que finge con su si exterior— será incapaz de llegar a una
conjunción con el trabajo.
No se parecerá a aquel
mercader que buscaba buenas perlas y "habiendo hallado una perla preciosa,
fue y vendió todo lo que tenía, y la compró" (Mateo, XIII, 46).
Observen que primero
tuvo que vender antes de poder comprar.
Vendió lo que carecía de
valor en comparación con la perla.
El mercader es uno mismo
en relación con el trabajo.
Vender significa,
psicológicamente, librarse de intereses anteriores a los que se prestaba valor
extrayéndoles energía mediante el no identificarse.
Esto libera energía que
puede ir a la "perla" —la cual para nosotros es el trabajo y el
llegar a la conciencia—.
Todo esto toma muchos años.
Es un proceso misterioso
como el de la semilla que crece sin que se sepa cómo lo hace, y conduce a una
gradual transvaloración de nuestras valoraciones previas.
Comprar quiere decir
apropiarse de una cosa, hacer que una cosa sea psicológicamente de uno.
La energía psíquica se
asemeja al dinero.
Con poca energía
psíquica libre sólo se puede comprar escasa comprensión nueva.
Ahora bien, querer una
cosa es valorarla, comprendiendo que aún no se la tiene.
No quererla es no
valorarla.
Esto se debe a que uno
imagina que ya la tiene, o que no le damos importancia alguna.
Anhelar una cosa con
toda nuestra mente, con toda el alma, el corazón y la fuerza es darle un valor
supremo y anhelarla con todos los centros.
Es amarla, sentir por
ella el más poderoso afecto y emoción, antes que a cualquier otra cosa.
Pero el trabajo nos dice
que no podemos amar así.
No somos uno sino
muchos.
Nuestro ser está
caracterizado por la multiplicidad.
Tenemos muchos
"yo" diferentes que apuntan hacia todas direcciones.
Un "yo" desea
algo, otro ''yo" no lo desea.
A un "yo" le
gusta algo, a otro "yo" le disgusta.
Un "yo" siente
afecto, otro "yo" es indiferente.
Cuando una persona está
en el trabajo, toda esta confusa lucha de los "yo" prosigue año tras
año bajo la vacilante luz de la auto-observación, y al alcance del oído del
trabajo.
Todos esos
"yo" que con el tiempo juzgan que su vida es necia, y que valoran el
trabajo más que sus anteriores empeños se agrupan en torno del yo observante y
empiezan a apuntar más o menos hacia una dirección.
Constituyen un medio
transmisor para las influencias que descienden desde lo alto.
Pero al principio este
medio transmisor es imperfecto.
Algunos "yo"
no debieran estar allí, y algunos más importantes no están presentes.
Pero el hombre, la
mujer, que sólo sienten el efecto general masivo, suelen decir que valoran el
trabajo y le tienen un afecto reciproco.
No dirán que lo aman.
Dirán, sin embargo, que
están muy conscientes del trabajo.
La razón de ello finca
en que el trabajo está ahora en ellos y no en el pizarrón.
Surge esta cuestión:
Es el amor en su
verdadero sentido conciencia.
Esto nos trae otra vez a
la amonestación:
"Amarás a tu
prójimo como a ti mismo" (Mateo, XXII, 39), cuyo significado se discutió
la semana pasada.
Dije entonces que
siempre lo halle incomodo de entender.
Además del significado
del prójimo que es bastante difícil de entender, ¿qué significa "como a ti
mismo"?
¿Que ti mismo?
De las cartas que he
recibido llegue a la conclusión que algunas personas no hallan dificultad
alguna en este pasaje y no consideran que necesita ser explicado.
Una dice que significa
simplemente que uno debe amar al prójimo y que todos saben lo que esto
significa.
Muy bien.
Pero aún así, ¿por qué
agregar "como a ti mismo"?
Fuimos construidos
mecánicamente sobre el amor de si que debe ser separado dolorosamente de
nosotros capa tras capa a medida que despertamos a nuestra verdadera condición.
Gran parte de lo que
llamamos amor es una velada extensión del amor de si.
Los únicos comentarios
pertinentes que pude hallar son los de los primeros padres de la iglesia que
descansan sobre todo en la parábola ilustrativa del Buen Samaritano, tal como
está en Lucas, X, 29-37 y que sigue a la amonestación.
Lo entienden como si
significase que Cristo- quien vino de lo alto para ser el prójimo de aquellos
que en el mundo están tan espiritualmente heridos que han llegado casi a la
muerte espiritual.
El simbolismo es
interesante.
Les dio
"aceite" y "vino", y los pago en el Mesón.
Por cierto cualquier
persona que entiende este Trabajo podría ser capaz de ayudar a aquellos que hoy
día están similarmente heridos por esta edad de materialismo.
Entonces serán
verdaderos prójimos, hablando psicológicamente.
Ahora bien, el trabajo
habla de tres clases de amor.
Hay el amor físico, el
amor emocional y el amor consciente.
Dice que el amor
emocional puede fácilmente convertirse en su opuesto.
Es amor-odio.
Para esta clase de amor,
la palabra griega φιλειν suele usarse en los Evangelios.
Es un amor atormentador
y celoso —y en realidad no es amor—.
Para el amor consciente
suele emplearse la palabra άγαπειν.
Nunca se la utiliza para
el amor sexual.
Cristo le pregunta a
Pedro que clase de amor le tiene.
Pero Pedro sólo entiende
el amor emocional (Juan, XXI, 15-17).
Esta es la palabra
empleada en el pasaje que estamos discutiendo.
Supongamos que
sustituyamos conciencia por amor.
Entonces leeríamos:
"Serás consciente de tu prójimo como de ti mismo".
Esto podría significar:
"Serás consciente
de tu prójimo como eres consciente de ti mismo".
Para mí, al menos, esta
traducción sería mucho más comprensible a la luz de lo que enseña el trabajo
acerca de la necesidad de acrecentar nuestra conciencia.
Ni siquiera somos
conscientes de nosotros mismos.
Vemos la paja en el ojo
ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro.
No nos colocamos
conscientemente en la posición de otra persona.
No hacemos a los otros
lo que querríamos que los otros nos hicieran a nosotros.
Debido a una falta
general de conciencia, las relaciones humanas en el mundo son lo que son.
A medida que una persona
llega a ser más y más consciente de lo que es en realidad, critica cada vez
menos lo que es la otra persona.
La arrogancia, la
superioridad y la intolerancia se desvanecen, porque descubre que son
ridículas.
El objeto de este trabajo
es el de acrecentar la conciencia en todas direcciones.
Observando, con
tranquilidad, la misma falta en uno mismo que se ha señalado con acaloramiento
o amargura en otra persona me parece que es el verdadero amor práctico.
Pues, mediante el método
del trabajo que halla la misma cosa en uno mismo, se llega con el tiempo a ver
el prójimo como uno mismo, y uno mismo como el prójimo.
Más, para empezar hay
que conocerse a si mismo.
Es preciso empezar a ser
consciente de uno mismo.
Esta es la parte más
necesaria del amor consciente, que no es un amor ciego.
Maurice Nicoll
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