viernes, 23 de enero de 2015

OBSERVACION DE LA PROPIA MECANICIDAD

OBSERVACIÓN DE LA PROPIA MECANICIDAD
Por: Maurice Nicoll

Al percibir que la propia manera de ser no es única, que las propias opiniones no son únicas, que las propias miras no son únicas, que los propios valores no son las únicas cosas que es preciso valorar y que el propio si no es el único si posible —todo esto es necesario en la senda del cambio de si—.

¿Por qué?                 

Porque debilita a la personalidad.

Más para llevarlo a cabo, la comprensión debe ser genuina —una cuestión de percepción interior directa—.

Imaginemos a un hombre llamado señor Amwell.

Dice: "Me he observado a mi mismo, pero no veo cómo esto puede ayudarme.

He observado lo que digo, por ejemplo, pero no comprendo por qué he de hacerlo".

En suma, el señor Amwell —que espero sea una persona imaginaria, pues de no serlo es indudable que en los días que corren seré acusado de calumnia— digo, el señor Amwell no se da cuenta que ésta idea respalda la enseñanza del trabajo en lo concerniente a la observación de si.

No ve su necesidad.

No cabe la menor duda que nunca se dijo: "Ahora bien, deseo cambiar esto o aquello en mi mismo".

No ve por qué ha de observarse a si mismo.

Pues bien, el trabajo dice, por ejemplo, que la observacion de si es un método conducente a la mudanza de si.

Lo dice muy claramente.

El señor Amwell dice que se observa a si mismo, y cita como ejemplo que observa lo que está diciendo pero no ve por qué ha de hacerlo.

Afirma que esto no le hace mella.

Agrega que no experimenta cambio alguno y por eso no ve la necesidad de observarse a si mismo.

Dice sin ambages que es pura pérdida de tiempo.

Supongamos que entabla una conversación con el trabajo.

El trabajo le dice: "He notado, señor Amwell, que cada vez que se menciona a Tennyson usted dice que no era un buen poeta".

El señor Amwell contesta: "Si, esto es exactamente lo que siempre dije".

El trabajo entonces le pregunta: "A usted no le gustan los huevos duros, ¿no?"

El señor Amwell contesta: "Si, nunca me han gustado los huevos duros.

Es muy cierto".

El trabajo le hace entonces varias preguntas similares a las cuales el señor Amwell, cree cándidamente comprenderse a si mismo, y agregaría que tiene escasa percepción de decir una y otra vez las mismas cosas y, al parecer, aburrir la gente.

Pero aún en este caso hay una considerable brecha entre tal confesión y reconocer profundamente que se es mecánico.

Estar fijo — cristalizado— pero no verlo.

Un hombre, una mujer, pueden estar muy satisfechos de su mecanicidad, no porque la consideran mecanicidad, sino porque la ven como si fuese inteligente y consciente de si.

Mucho antes de abrir la boca, el auditorio conoce exactamente qué disco de gramófono va a proferir verdades tan solemnes como la de no gustar de Tennyson o de los huevos duros.

Ahora bien, una de las primeras cosas enseñadas en el trabajo es la necesidad de percibir la propia mecanicidad por medio de una observacion de si imparcial.

Un hombre, una mujer, llegan a ser, en edad muy temprana, completamente mecánicos.

Dicen las mismas cosas una y otra vez, sienten los mismos sentimientos, hacen las mismas cosas.

Y parecería que les disgustara la idea misma de no seguir siendo tales máquinas, tales trozos de pura mecanicidad, y despertar de su sueño.

Los mismos eventos siempre los trastornan.

Sienten los mismos prejuicios contra las mismas personas.

Sus simpatías y antipatias son casi automáticas.

Y, por más que aparenten exteriormente ser otra cosa, si alguien cala en lo hondo de tales personas, encuentra la misma tranquila auto-estima que es, en apariencia, la explicación de su mecanicidad.

Esto es, bajo la superficie, se aprueban enérgicamente por más que se excusen.

Aquí hay una falta de conexion que resulta en cierta ceguera psicologica.

Por ejemplo, si una persona admite facilmente no ser buena, significa a menudo que oculta algo muy diferente, algo asi parecido al engreimiento.

Hay una falta de conexión, debida a la carencia de una larga y sincera observacion.

El hombre, la mujer, no disciernen a qué se asemejan en ambos lados, derecho e izquierdo.

Viven en imagenes compensatorias —muchas veces demasiado modestas para que los otros, que intuyen el otro lado, puedan tolerarlas, lo cual es contradictorio.

Todo esto, desde luego, se aplica de una manera muy compleja a todos nosotros —a saber, las contradicciones interiores y exteriores.

Un hombre suele parecer exteriormente engreído y jactancioso y sentirse interiormente desdichado e incompetente, y viceversa.

Pero en nosotros las oposiciones están mezcladas de una manera muy extraña.

Ahora bien, un hombre ha de observar lo que observa.

Observar es dificil.

Exige un esfuerzo consciente.

No se puede uno observarse mecánicamente.

La observación mecánica no produce cambio alguno.

Pero, en tal caso, si se logra más habilidad se observará que uno observa siempre dos o tres cosas.

Esto no separa a una persona de su si mecánico.

Porque dicha observación ¿acaso no forma parte de su si mecánico?

La función del "yo" observante estriba en moverse hacia adentro, cada vez más profundamente, de modo que pueda ver más y más al si de dicha persona.

Si el "yo" observante permanece en la superficie del si de una persona no puede realizar su verdadera tarea, la cual radica en hacer dicha persona cada vez más activa para consigo misma, cada vez más perceptiva de lo que hasta ahora ha tomado como si misma.

Si la observación de si es llevada a cabo verdaderamente y no es bloqueada por alguna fuerte actitud o imagen que una persona es incapaz de observar, entonces conduce a ver simultáneamente trozos de la vida y la conducta de dicha persona.

Esto es llamado tomar fotografías de uno mismo.

"Es preciso", se dijo una vez, "tomar un número de fotografías completas de uno mismo y guardarlas en un album y examinarlas con frecuencia".

Si, de seguro, esto empezará a transformarla.

Cambiará el sentido característico de su "yo" en el cual dicha persona reside —el sentido habitual de si misma.

Porque a no ser que dicho sentido sea modificado, nada puede ser modificado.

Para retornar al señor Amwell —se pregunta uno si, por ejemplo, observa no solo lo que dice sino, digamos, su vanidad, sus estados negativos, sus sospechas, sus celos, su pereza, sus extrañas imagenes de si, sus actitudes imitadas, sus opiniones fijas, su tope, consideración interna, o en rigor todo cuanto el trabajo le enseña a observar.

Si no lo hace, no logrará una verdadera fotografía de si mismo.

Su album no contendrá fotografía alguna.

Tampoco llegará nunca al estado, posible para todos aquellos que trabajan genuinamente —que valoran y aplican genuinamente el trabajo a si mismos— a saber, el estado en el cual le es a veces dado a uno de permanecer internamente aparte, separarse, y vigilar la corriente de los estados de ánimo, pasiones, pensamientos negativos, preocupaciones, odios, depresiones y amarguras con los cuales por lo "común se está completamente identificado.

Asi una persona no será capaz de comprender, por ejemplo, la siguiente cita que extraje de una carta que recibí recientemente:

"Mientras estaba en la cama, una mañana, presencie la llegada de pensamientos celosos, de pensamientos ansiosos, de pensamientos tristes, de pensamientos auto-compasivos, que se seguían unos a otros, pasaban por mi mente y luego salían otra vez, y empero no tenían nada que ver conmigo".

Ahora bien, tener esta experiencia significa que una persona empieza a darse cuenta de lo que es la libertad interior.

Habrán oído muchas veces que este Trabajo se propone otorgarnos la libertad interior.

Pero si un hombre no puede comprender qué es la observacion de si o si siempre se identifica con todo lo que observa, si siempre le dice "yo" — ¿Cómo podra alcanzar alguna vez el estado ejemplificado en la cita mencionada más arriba?

Traten de ver por si mismos lo que esto significa.

Maurice Nicoll




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