OBSERVACIÓN DE
LA PROPIA MECANICIDAD
Por: Maurice
Nicoll
Al percibir que
la propia manera de ser no es única, que las propias opiniones no son únicas,
que las propias miras no son únicas, que los propios valores no son las únicas
cosas que es preciso valorar y que el propio si no es el único si posible —todo
esto es necesario en la senda del cambio de si—.
¿Por qué?
Porque debilita
a la personalidad.
Más para
llevarlo a cabo, la comprensión debe ser genuina —una cuestión de percepción
interior directa—.
Imaginemos a un
hombre llamado señor Amwell.
Dice: "Me
he observado a mi mismo, pero no veo cómo esto puede ayudarme.
He observado lo
que digo, por ejemplo, pero no comprendo por qué he de hacerlo".
En suma, el
señor Amwell —que espero sea una persona imaginaria, pues de no serlo es
indudable que en los días que corren seré acusado de calumnia— digo, el señor
Amwell no se da cuenta que ésta idea respalda la enseñanza del trabajo en lo
concerniente a la observación de si.
No ve su
necesidad.
No cabe la
menor duda que nunca se dijo: "Ahora bien, deseo cambiar esto o aquello en
mi mismo".
No ve por qué
ha de observarse a si mismo.
Pues bien, el
trabajo dice, por ejemplo, que la observacion de si es un método conducente a
la mudanza de si.
Lo dice muy
claramente.
El señor Amwell
dice que se observa a si mismo, y cita como ejemplo que observa lo que está
diciendo pero no ve por qué ha de hacerlo.
Afirma que esto
no le hace mella.
Agrega que no
experimenta cambio alguno y por eso no ve la necesidad de observarse a si
mismo.
Dice sin
ambages que es pura pérdida de tiempo.
Supongamos que
entabla una conversación con el trabajo.
El trabajo le
dice: "He notado, señor Amwell, que cada vez que se menciona a Tennyson
usted dice que no era un buen poeta".
El señor Amwell
contesta: "Si, esto es exactamente lo que siempre dije".
El trabajo
entonces le pregunta: "A usted no le gustan los huevos duros, ¿no?"
El señor Amwell
contesta: "Si, nunca me han gustado los huevos duros.
Es muy cierto".
El trabajo le
hace entonces varias preguntas similares a las cuales el señor Amwell, cree
cándidamente comprenderse a si mismo, y agregaría que tiene escasa percepción
de decir una y otra vez las mismas cosas y, al parecer, aburrir la gente.
Pero aún en
este caso hay una considerable brecha entre tal confesión y reconocer
profundamente que se es mecánico.
Estar fijo —
cristalizado— pero no verlo.
Un hombre, una
mujer, pueden estar muy satisfechos de su mecanicidad, no porque la consideran
mecanicidad, sino porque la ven como si fuese inteligente y consciente de si.
Mucho antes de
abrir la boca, el auditorio conoce exactamente qué disco de gramófono va a
proferir verdades tan solemnes como la de no gustar de Tennyson o de los huevos
duros.
Ahora bien, una
de las primeras cosas enseñadas en el trabajo es la necesidad de percibir la
propia mecanicidad por medio de una observacion de si imparcial.
Un hombre, una
mujer, llegan a ser, en edad muy temprana, completamente mecánicos.
Dicen las
mismas cosas una y otra vez, sienten los mismos sentimientos, hacen las mismas
cosas.
Y parecería que
les disgustara la idea misma de no seguir siendo tales máquinas, tales trozos
de pura mecanicidad, y despertar de su sueño.
Los mismos
eventos siempre los trastornan.
Sienten los
mismos prejuicios contra las mismas personas.
Sus simpatías y
antipatias son casi automáticas.
Y, por más que
aparenten exteriormente ser otra cosa, si alguien cala en lo hondo de tales
personas, encuentra la misma tranquila auto-estima que es, en apariencia, la
explicación de su mecanicidad.
Esto es, bajo
la superficie, se aprueban enérgicamente por más que se excusen.
Aquí hay una
falta de conexion que resulta en cierta ceguera psicologica.
Por ejemplo, si
una persona admite facilmente no ser buena, significa a menudo que oculta algo
muy diferente, algo asi parecido al engreimiento.
Hay una falta
de conexión, debida a la carencia de una larga y sincera observacion.
El hombre, la
mujer, no disciernen a qué se asemejan en ambos lados, derecho e izquierdo.
Viven en
imagenes compensatorias —muchas veces demasiado modestas para que los otros,
que intuyen el otro lado, puedan tolerarlas, lo cual es contradictorio.
Todo esto,
desde luego, se aplica de una manera muy compleja a todos nosotros —a saber,
las contradicciones interiores y exteriores.
Un hombre suele
parecer exteriormente engreído y jactancioso y sentirse interiormente
desdichado e incompetente, y viceversa.
Pero en
nosotros las oposiciones están mezcladas de una manera muy extraña.
Ahora bien, un
hombre ha de observar lo que observa.
Observar es
dificil.
Exige un
esfuerzo consciente.
No se puede uno
observarse mecánicamente.
La observación
mecánica no produce cambio alguno.
Pero, en tal
caso, si se logra más habilidad se observará que uno observa siempre dos o tres
cosas.
Esto no separa
a una persona de su si mecánico.
Porque dicha
observación ¿acaso no forma parte de su si mecánico?
La función del
"yo" observante estriba en moverse hacia adentro, cada vez más
profundamente, de modo que pueda ver más y más al si de dicha persona.
Si el "yo"
observante permanece en la superficie del si de una persona no puede realizar
su verdadera tarea, la cual radica en hacer dicha persona cada vez más activa
para consigo misma, cada vez más perceptiva de lo que hasta ahora ha tomado
como si misma.
Si la
observación de si es llevada a cabo verdaderamente y no es bloqueada por alguna
fuerte actitud o imagen que una persona es incapaz de observar, entonces conduce
a ver simultáneamente trozos de la vida y la conducta de dicha persona.
Esto es llamado
tomar fotografías de uno mismo.
"Es
preciso", se dijo una vez, "tomar un número de fotografías completas
de uno mismo y guardarlas en un album y examinarlas con frecuencia".
Si, de seguro,
esto empezará a transformarla.
Cambiará el
sentido característico de su "yo" en el cual dicha persona reside —el
sentido habitual de si misma.
Porque a no ser
que dicho sentido sea
modificado, nada puede ser modificado.
Para retornar
al señor Amwell —se pregunta uno si, por ejemplo, observa no solo lo que dice
sino, digamos, su vanidad, sus estados negativos, sus sospechas, sus celos, su
pereza, sus extrañas imagenes de si, sus actitudes imitadas, sus opiniones
fijas, su tope, consideración interna, o en rigor todo cuanto el trabajo le
enseña a observar.
Si no lo hace,
no logrará una verdadera fotografía de si mismo.
Su album no
contendrá fotografía alguna.
Tampoco llegará
nunca al estado, posible para todos aquellos que trabajan genuinamente —que
valoran y aplican genuinamente el trabajo a si mismos— a saber, el estado en el
cual le es a veces dado a uno de permanecer internamente aparte, separarse, y
vigilar la corriente de los estados de ánimo, pasiones, pensamientos negativos,
preocupaciones, odios, depresiones y amarguras con los cuales por lo
"común se está completamente identificado.
Asi una persona
no será capaz de comprender, por ejemplo, la siguiente cita que extraje de una
carta que recibí recientemente:
"Mientras
estaba en la cama, una mañana, presencie la llegada de pensamientos celosos, de
pensamientos ansiosos, de pensamientos tristes, de pensamientos
auto-compasivos, que se seguían unos a otros, pasaban por mi mente y luego
salían otra vez, y empero no tenían nada que ver conmigo".
Ahora bien,
tener esta experiencia significa que una persona empieza a darse cuenta de lo
que es la libertad interior.
Habrán oído
muchas veces que este Trabajo se propone otorgarnos la libertad interior.
Pero si un
hombre no puede comprender qué es la observacion de si o si siempre se
identifica con todo lo que observa, si siempre le dice "yo" — ¿Cómo
podra alcanzar alguna vez el estado ejemplificado en la cita mencionada más
arriba?
Traten de ver
por si mismos lo que esto significa.
Maurice Nicoll
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